domingo, 21 de febrero de 2016

Lorca y José Antonio



















Hay, sin duda, amistades peligrosas que la llamada memoria histórica trata de olvidar. Por encima de enfrentamientos ideológicos, los primeros años treinta propiciaron un ambiente de camaradería intelectual y personal que hizo que confraternizaran personajes que después se verían encuadrados, en ocasiones no muy a su gusto, en cada una de las dos Españas enfrentadas. Es el caso de José Antonio Primo de Rivera y Federico García Lorca. Por edad ambos pertenecientes a la Generación del 27, una generación de la amistad, como con acierto ha sido definida. Compartieron amistades, ambientes intelectuales, gustos literarios y ese aire de época que les hizo vivir al límite entre lo espontáneo y lo difícil.

Son pocos los testimonios que tenemos de la posible relación entre José Antonio y Lorca. En su Biografía apasionada de José Antonio, el escritor falangista Ximénez de Sandoval, amigo de José Antonio, testimonia el interés del fundador de Falange por conocer a García Lorca. Fue en el reestreno el 27 de febrero de 1935 de Bodas de sangre:

A Federico García Lorca -a quien José Antonio admiraba extraordinariamente y de quien decía que sería el poeta de la Falange -no hubo modo de presentárselo, aún cuando una vez me invitara el Jefe a ver "Bodas de sangre" en el Coliseum, y entráramos en el camarín de Lola Membrives para ver si estaba y conocerle.

Un año después en el Teatro Lara se representaba una obrita teatral de Ximénez Sandoval y en el auditorio se encontraban Lorca y José Antonio. Sandoval recuerda que quiso aprovechar la ocasión para presentar a José Antonio a Lorca. Según él, tampoco fue posible. Aunque este autor se inclina a creer, por tanto, que no hubo relación entre ambos, todo nos hace indicar que en el Madrid de los años treinta lo más probable es que se conocieran. Gabriel Celaya, quen trató a Lorca y José Antonio, rememora las famosas tertulias de La Ballena Alegre. Aunque algo extensa la cita creo que merece la pena reproducir la palabras de la entrevista que concedió al hispanista Ian Gisbson. Podemos visualizar el clima que se repiraba antes de que los odios se desatasen:

Nosotros teníamos una tertulia donde íbamos a tomar café todos los días, era un sitio que se llamaba La Ballena Alegre, en los bajos del Lyon. A esta tertulia íbamos, pues, estudiantes de la Residencia de Estudiantes, que muchos eran actores de La Barraca, del teatro de Federico, iban el mismo Federico, Eduardo Ugarte, que era el otro codirector, con Federico, de La Barraca, muchos residentes y muchos amigos. Y allí nos reuníamos todos los días en el mismo sitio...Nosotros estábamos allí en una mesa. Y en la mesa de enfrente había otra tertulia, que era todos los fundadores de la Falange: José Antonio Primo de Rivera, Jesús Rubio (que después fue ministro), José María Alfaro...Nos conocíamos todos y nos insultábamos, pero era todo como un juego porque nos decíamos: "¡Cabrones! ¡Fascistas! ¡Rojos!". Esto sería el año 1934. No había hostilidad. Las tertulias eran separadas y en los periódicos nos metíamos los unos con los otros, pero no había una cosa de guerra, era cosa de amigos, de intelectuales, de estudantes, y nos veíamos en las mismas exposiciones, en los mismos conciertros, en las mismas obras teatro. Madrid era muy pequeño...Estas cosas que te cuento de La Ballena Alegre, esto de que nos gastábamos bromas los unos a los otros y nos decíamos: "¡Cabrones!", "¡Rojos!", ¡"Fascistas!", como en broma y que luego estábamos juntos tomando una cerveza en el bar del teatro, esto ya no parece verosímil; sin embargo, ¡era así!

Más adelante detalla el momento en el que Federico le presenta a José Antonio una de las innumerables noches madrileñas donde los jóvenes escritores compartían amistad, literatura, música y copas.

A José Antonio me lo presentó Federico en Casablanca una noche de whiskys. Yo no había ido con Federico, había ido con un grupo de la Residencia, vamos de la misma tertulia, y allí estaba ya Federico con José Antonio. Casablanca era un cabaret, como se decía entonces, un sitio de baile nocturno. Y allí fuimos después de cenar y allí estaba ya Federico. "Oye, ven aquí -me dice-, te voy a presentar a José Antonio, vas a ver que es un tío muy simpático" Y nos presentó. Yo solo estuve en Madrid hasta el 35. Así que es totalmente cierto que Federico y José Antonio se conocían.


   Recientemente he descubierto un dato que nos retrotrae más de diez años atrás en el primer encuentro entre el fundador de la Falange y Federico, años en los que José Antonio estudiaba la carrera de Derecho y Lorca vivía en la Residencia de Estudiantes. La investigadora y residente Margarita Sáenz de la Calzada en un interesante y completo estudio sobre la Residencia de Estudiantes recoge el curioso testimonio de otros residente, José Díaz Ambrona, quien en carta fechada el 29 de octubre de 1971 le confiesa a la autora que  allá por el curso 1922-1923 organizó "un partido de fútbol entre la Facultad de Derecho y el equipo de la Residencia.. Jugaron por aquéllos -entre otros- José Antonio y Miguel Primo de Rivera. Y en aquella tarde presenté al estudiante José Antonio al incipiente poeta Federico García Lorca. El paso de los años no ha podido borrar estos recuerdos". Recordemos que José Antonio, buen aficionado al fútbol, también organizó partidillos durante su reclusión en la cárcel de Alicante pocos meses antes de su fusilamiento.




José Antonio Martín Otín en La deseperación del té recoge transcribe la conversación que tuvo con otro residente, Pepín Bello, íntimo amigo de Lorca, y posiblemente quien mejor conocía al poeta granadino: "Le diré algo: en el drama vital que era España entonces me atrevo a sostener, estoy seguro, que la única persona que podía comprender a Federico en toda su generosa extensión era José Antonio Primo de Rivera. Estoy seguro".
 
El diplomático chileno y republicano convencido Carlos Morla Lynch, al que recientemente la editorial Renacimiento ha reeditado sus interesantes memorias en dos volúmenes En España con Federico García Lorca y España sufre, fue íntimo amigo de Federico y también trató a José Antonio del que, desde la distancia ideológica pero de la cercanía personal y humana, hace los siguientes comentarios:

José Antonio me es extremadamente simpático. Todo un varón, fuerte, viril, decidido, con rostro y fisonomía de niño bueno. Nunca mejor aplicada para definirlo que la expresión andaluza "tiene cielo". Su actitud -muy discutida- es noble y levantada, y no habrá republicano -por fanático que sea- que en el fondo de su ser íntimo no lo sienta así. Estoy cierto de ello...
En vista de que es temprano todavía me voy a un Coktail-Party mundano que tiene lugar en Bakanik, el bar que está de moda. Me encuentro allí, en un ambiente elegante y aristocrático, con José Antonio, por quien tengo la mayor estimación. Es un muchacho de una entereza y noble caballerosidad a toda prueba; valiente, vertical siempre y seguro de sí mismo...
-Tienes la suerte- le digo- de que te quieran hasta tus enemigos. Noto que esta declaración sincera le conmueve, y, después de repetir la frase pausadamente -"hasta mis enemigos"- como para penetrarla bien, se queda pensativo.


El pintor falangista Alfonso Ponce de León también pudo servir de enlace entre José Antonio y Lorca. Asesinado sin escrúpulos por los republicanos en 1936, este artista con una interesante obra vanguardista, que diseñó el logotipo del SEU, colaboró con Federico en La Barraca desde 1932. Le unió una gran amistad con Samuel Ros, del círculo literaio cercano a José Antonio, y se casó con Margarita Manso quien, según el también artista Santiago Ontañón, con anterioridad había mantenido una intensa relación con Lorca.


 
José Antonio quien definía a la Falange como un movimiento poético que "levantaba la bandera de la poesía que promete frente a la poesía que destruye" y afirmaba que "a los pueblos no los ha movido más que los poetas", se rodeó de un grupo de escritores, la llamada "corte literaria de José Antonio", cuya relación con otros autores de la Generación del 27 y las vanguardias fue intensa. Rafael Sánchez Mazas, protagonista de la exitosa novela Soldados de Salamina, Ernesto Giménez Caballero, mentor de la integradora Gaceta Literaria, Eugenio Montes, Agustín de Foxá, Jacinto Miquelarena, José María Alfaro, Luys Santa Marina, Tomás Borrás, Samuel Ros, discípulo de Ramón Gómez de la Serna, Dionisio Ridruejo o Pedro Mourlane Michelena unieron a su faceta de escritores su militancia falangista. Recientemente dos libros han estudiado el ambiente intelectual en el que se gestó la fundación de la Falange: La corte literaria de José Antonio de Pablo y Mónica Carbajosa y Vanguardistas de camisa azul de Mechthild Albert.


Es precisamente en estos ambientes de vanguardia donde Lorca y José Antonio también pudieron coincidir. Curiosa y muy interesante era la Sociedad Gastronómica GU, fundada en San Sebastián en 1934. Sus principales impulsores, que con anterioridad se reunían en el Café Madrid, fueron Aizpurúa, Cabanas, Lagarde, Jesús Olasagasti y Carlos Ribera. Siguiendo las tendencias vanguardistas de la época, el local estaba decorado como si fuera un barco, siendo el púlpito para las conferencias una especie de torre de control. La conferencia inaugural, a la que asistió Pablo Picasso, la pronunció Rafael Sánchez Mazas. Por allí desfilaron gentes pertenecientes a lo que poco años después se conocería como las dos Españas y que entonces compartían una misma pasión por la cultura y la modernidad: Max Aub, Giménez Caballero, Benjamín Jarnés, Guillermo de Torre y por supuesto Federico García Lorca y José Antonio Primo deRivera quienes posiblemente coincidieron en algunas de sus veladas.
Como hemos comentado, uno de los impulsores de GU fue el arquitecto y líder falangista donostiarra José Manuel Aizpurúa. Cuenta Gabriel Celaya que el 8 de marzo de 1936 se citó con García Lorca en el hotel Biarritz de San Sebastián. Lorca había pronunciado el día anterior una conferencia sobre el Romancero Gitano en el Ateneo donostiarra. Lorca apareció acompañado por José Manuel Aizpurúa, fundador de la Falange en San Sebastián. Celaya, llevado por sus prejuicios izquierdistas, se negó a saludar a Aizpurúa, creándose una situación tensa. Tras marcharse el arquitecto falangista, relata Celaya:

Me preguntaba Federico por qué no había querido saludar a José Manuel Aizpurúa, y por qué entre los dos, le habían creado una situación tan tensa. Yo trataba de explicárselo con frenesí, quizá con sectarismo, y él, incidiendo en lo humano, trataba de explicarme que Aizpurúa era un buen chico, que tenía una gfran sensibilidad, que era muy inteligente, que adoraba mis poemas, etc. Hasta que al fin, ante mi cada vez más violenta cerrazón , reaccionó , o quizá quiso que abriera los ojos de sorpresa , con la confesión de lo terrible:
-José Manuel es como José Antonio Primo de Rivera. Otro buen chico. ¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Pues te lo digo. Solemos salir juntos en un taxi con las ventanillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo, ni a mí me conviene que me vean con él.

Ian Gibson recoge una anécdota ocurrida el 25 de agosto de 1934 en Palencia donde La Barraca representaba el Burlador y las almenas de Toro. En un céntrico restaurante de la ciudad, mientras los actores y estudiantes de la compañia comían, entró José Antonio junto a cuatro falangistas. Al darse cuenta éste de que allí se encontraba García Lorca, le mandó una nota que acababa de escribir en una servilleta y que, según Modesto Higueras, leyó Lorca con disimulo:

Federico, ¿no crees que con tus monos azules y nuestras camisas azules se podría hacer una España mejor?

 
 
Y es que José Antonio, gran conocedor de la literatura española del momento, era admirador de la obra poética y dramática de Lorca. Así, según Ximénez Sandoval, sus Canciones se encontraban entre los libros preferidos del fundador de la Falange, junto a Marinero en tierra de Rafael Alberti y Víspera del gozo de Pedro Salinas. De hecho, José Antonio consideraba a Lorca como el mejor cantor de la imaginada España nacionalsindicalista, esa "España alegre y faldicorta" que nada tuvo que ver con la que finalmente se impuso tras la guerra, una España liderada, en palabras del propio José Antonio, por un grupo de "generales de desoladora mediocridad política" que no tuvo escrúpulos en aniquilar físicamente al poeta granadino e ideológicamente al revolucionario falangista. Corría el mes de agosto de 1936. José Antonio estaba encarcelado cuando se enteró del asesinato de Lorca. Según cuenta Ximénez Sandoval "por Miguel Primo de Rivera, sé que se enteró del trágico fin del gran poeta granadino en los días de su proceso, y le impresionó mucho".
  Lorca fue víctima de venganzas personales y del radicalismo de los sectores más reaccionarios de la capital granadina, con Ruiz Alonso a la cabeza, que tras deshacerse de los líderes falangistas auténticos opuestos al revanchismo y a los asesinatos indiscriminados, como el cordobés Patricio González de Canales, amigo de José Antonio desde 1932 como recoge Eduardo Molina Fajardo en Los últimos días de García Lorca, desató en la capital granadina una represión sin límites. Precisamente Lorca fue a buscar refugio en la casa del poeta falangista, Luis Rosales. Esta situación se repitió en otros muchos puntos de España. La Falange fue progresivamente adulterada, algunos de sus miembros como Manuel Hedilla encarcelados y otros, como Juan José Domínguez o J. Pérez de Cabo, incluso fusilados. En la zona republicana, tres meses después de la muerte de Lorca, también caía vilmente asesinado José Antonio en el patio de la prisión de Alicante. Está claro que lo que se debatía en los campos de batalla no era el triunfo de la legalidad, la democracia, el sentido común o la inteligencia.



Lorca y José Antonio vivieron con intensidad y generosidad, seducían y cautivaban a los que los conocieron, cayeron muy jóvenes víctimas del odio y tras sus injustas muertes, sufrieron la manipulación de aquellos que, desconociendo el sentido último de sus trayectorias vitales, los convirtieron en mitos peterificados al servicio de ideologías excluyentes. Sin saberlo, o quizá conscientes de ello, cada vez que Lorca y José Antonio compartían whisky y dancing en el Casablanca, amigos en La Ballena Alegre, lecturas poéticas, tertulias o paseos inconfesables en el Chevrolet amarillo, estaban construyendo la Tercera España.

lunes, 15 de febrero de 2016

Un liberal de antaño: Salvador de Madariaga


Si un personaje representa como nadie la Tercera España ese es sin duda Salvador de Madariaga (La Coruña, 1886 - Locarno, 1978). Anticomunista convencido, fue uno de los intelectuales que con mayor tenacidad se opuso al franquismo desde posturas liberales. Perteneció a la llamada generación novecentista o de 1914 junto a autores de la talla de Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala o Manuel Azaña. Profesor universitario, embajador y ministro, fue autor de más de sesenta libros con interesantes aportaciones sobre las relaciones internacionales, la filosofía política, la psicología social, la historia, la crítica literaria, la novela, la poesía o el teatro. Muy joven se trasladó a Londres para colaborar como editorialista y redactor del prestigioso periódico británico Times. Allí publicó su primer libro La guerra desde Londres (1917), una encendida defensa del bando aliado en la Primera Guerra Mundial. Finalizada la guerra, entra en la oficina de prensa de la secretaría de la Sociedad de Naciones. Rápidamente asciende a jefe del Departamento de Desarme, puesto que ocupará hasta 1927 para dedicarse de lleno a la cátedra de Lengua y Literatura españolas en la Universidad de Oxford. Son años en los que Madariaga se va formando en los principios del liberalismo, a partir de su contacto con la cultura política inglesa, y va adoptando una visión internacional de los conflictos socio-políticos que será determinante para su posterior toma de posición ideológica.
La llegada de la República en 1931 será analizada por Salvador de Madariaga con una lucidez premonitoria:

«Intuía que el pueblo español estaría con la República, pero vislumbraba tres peligros: el idealismo intransigente de los extremistas de izquierda, queriendo imponer la Arcadia para hoy mismo; el coletazo o contramarea de la extrema derecha, y las rivalidades ideológicas, que desmenuzarían al centro. No era probable que la República durase mucho ni que viviera en paz interior»


El primer gobierno republicano lo nombró embajador en Washington, pero duró poco en el puesto pues la incompetencia de Lerroux como ministro de Exteriores, le obligó a dirigir en la sombra la política internacional española en la Sociedad de Naciones. Regresa a España en 1934 para incorporarse a las carteras de Instrucción Pública y Justicia del nuevo gobierno del cedista-radical de Alejandro Lerroux. Fue testigo privilegiado de la insurrección de octubre. La izquierda revolucionaria no aceptó el resultado democrático de las elecciones que dio el triunfo al centro derecha y se convirtió en un elemento de desestabilización permanente hasta el estallido de la contienda civil.

El alzamiento de 1934 [socialista y anarquista] es imperdonable. La decisión presidencial de llamar al poder a la CEDA era inatacable, inevitable y hasta debida desde hace ya tiempo. El argumento de que el señor Gil Robles intentaba destruir la Constitución para instaurar el fascismo era, a la vez, hipócrita y falso. Hipócrita porque todo el mundo sabia que los socialistas de Largo Caballero estaban arrastrando a los demás a una rebelión contra la Constitución de 1931, sin consideración alguna para lo que se proponía o no el señor Gil Robles; y por otra, a la vista de que el señor Companys y la Generalidad entera violaron también la Constitución."




En 1935 publica un controvertido libro Anarquía y jerarquía. Defiende una “democracia orgánica”, en la línea regeneracionista de Luis Araquistáin y Joaquín Costa en la cual el poder emanara de los cuerpos intermedios de la sociedad (grupos sociales, familia…). Madariaga niega la existencia de la lucha de clases e incluso de una clase opresora y sostiene que la libertad, la desigualdad y el binomio ambición-necesidad son esenciales para que una sociedad progrese. Se tratra pues de un liberalismo elitista, partidario de un Estado autoritario, que frenase los excesos de las ideologías revolucionarias.
Al estallar la guerra civil, consigue salir hacia Ginebra y luego rumbo a Londres. Con tristeza confiesa Madariaga “En 1936 era yo un parlamentario europeo liberal cuando a la gente no le interesaba ni Europa ni el sistema parlamentario ni el liberalismo. Esta fue la causa verdadera de mi emigración”. Tres días después del alzamiento militar publicaría un muy interesante y polémico artículo en el diario Ahora en el que argumentaba que desde el punto de vista de la libertad no había diferencia entre marxismo y fascismo.

“Mi silencio sobre España me supuso una dura prueba en los Estados Unidos, donde aquel invierno pasé tres meses dando conferencias y donde a mis auditores, como es natural, les resultó difícil comprender que me negara a hablar de la guerra civil. Mis motivos eran evidentes: no podía hablar a favor de los rebeldes, porque negaban todo lo que yo consideraba válido; no podía hablar por los revolucionarios, no sólo porque no creía en sus métodos (ni, en el caso de algunos de ellos, en sus objetivos), sino porque no defendían lo que decían defender. Se llenaban la boca con democracia y libertad pero no permitían vivir ni a la una ni a la otra”


Desde Ginebra seguirá insistiendo en esta postura en una carta dirigida al diplomático inglés Anthony Edén en el que afirma que en los campos de batalla no se libraba una guerra contra la tiranía, pues los dos bandos eran partidarios de regímenes totalitarios incompatibles con la libertad y la democracia. Prueba de ello fue la presión a la que fueron sometidos los intelectuales liberales en el Madrid republicano:

"En esta atmósfera de violencia la vida del espíritu era imposible. Al comienzo de la guerra se obligó a los intelectuales del país a firmar un manifiesto en favor de la República, es decir de la revolución que por el extranjero circulaba con disfraz republicano. Los tres escritores que había fundado la Asociación al Servicio de la República en 1931, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala, repudiaron este manifeisto en cuanto se vieron libres en la emigración."

Protagonizó distintas gestiones, todas ellas infructuosas, para que franceses y británicos interviniesen en España para imponer la paz, incluso pensaba, con cierta ingenuidad, que un entendimiento entre Franco y Prieto podría traer a España un período de estabilidad y reconstrucción nacional. Pero con el tiempo su aversión a la figura de Francisco Franco sólo fue igualada por su visceral rechazo al comunismo.
Terminada la guerra civil, intentó crear un organismo representativo de elementos moderados del campo antifranquista que planteasen una alternativa del gobierno. Contaban con el visto bueno del gobierno británico. Surge así la Alianza Democrática Española, dirigida por el coronel Segismundo Casado, que se había rebelado contra Negrín y los comunistas en el Madrid asediado. Madariaga fue su teórico principal, junto con otras figuras anticomunistas como el socialista Wenceslao Carrillo y el anarcosindicalista Juan López Sánchez. La escasa colaboración británica hizo fracasar esta interesante iniciativa. Volvería a intentarlo en 1947 en una entrevista con el diplomático John Hickerson. Seguía buscando la colaboración de Gran Bretaña y también los Estados Unidos pues argüía que la continuación del franquismo sólo era ventajosa para el comunismo soviético y un desastre para las potencias occidentales. La restauración monárquica en la figura de don Juan de Borbón era una de las salidas que planteó con vehemencia.
Salvador de Madariaga por aquel entonces era una figura de reconocido prestigio internacional, de ahí que sus críticas al régimen franquista tuvieran especial repercusión. Fue el primer presidente de la Internacional Liberal, uno de los fundadores del College d’ Esuropa y un miembro activo de la Unesco hasta que dimitió en protesta por la admisión de la España de Franco. El primer Congreso de Europa, reunido en La Haya en 1948, lo designó presidente de su comité cultural.
La oposición al franquismo que él quería ir construyendo tendría que ir unida al discurso europeísta, liberal y antitotalitario. En reiteradas ocasiones intentó un acercamiento entre José María Gil Robles y el socialista moderado Indalecio Prieto con la idea de constituir ese frente democrático de oposición al franquismo. Finalmente creó el Consejo Federal Español del Movimiento Europeo que, en palabras del propio Madariaga, se convirtió en “lo que el gobierno de la república en la emigración no había logrado ser: el único organismo en el que se hallaban representados todos los colores del arco iris político español menos los totalitarios, comunistas y fascistas”.



Su anticomunismo hizo que no fuera muy bien visto por la oposición dominada por el Partido Comunista. Planteaba una tercera vía de oposición a comunistas y fascistas y, con una importante dosis de ironía, denominaba a España “Yugoespaña”. Reprochaba a Franco que su política represiva favorecía a los comunistas y preparaba “a España para el comunismo”. Este planteamiento incomodó especialmente a Franco pues rompía el discurso maniqueo, sostén del régimen, que planteaba una única elección: comunismo o franquismo. El ya creía en una Tercera España que sería propiciada por una asamblea de “notables” compuesta por setenta personalidades del interior y cincuenta del exilio. El proyecto, afirma el historiador Paul Preston, ganó adeptos y en España lo desarrolló la Asociación Españolas de Cooperación, presidida por Gil Robles. Este fue el punto de partida que inspiró el IV Congreso del Movimiento Europeo, que se reunió en Munich en junio de 1962, el famoso “contubernio de Munich” que tantos quebraderos de cabeza dio al franquismo. En Munich se reunieron monárquicos, católicos, falangistas críticos, socialistas moderados, nacionalistas catalanes y vascos. Se impidió la presencia de los comunistas. Madariaga escribió:

"La guerra civil que empezó en España el 18 de julio y que el Régimen ha mantenido artificialmente con la censura, el monopolio de la Prensa y de la Radio y los desfiles de la Victoria, la guerra civil terminó en Múnich anteayer, 6 de junio de 1962”


El presidente de la reunión, Maurice Fauré, declaró que Europa esperaba a España con los brazos abiertos. Franco, visiblemente contrariado con el éxito internacional de la convocatoria realizó un discurso en Valencia donde tachaba de débil y podrido el liberalismo y denunciaba “a esos desdichados que se conjuran con los rojos para llevar a las asambleas extranjeras sus miserables querellas”.
Muerto Franco, regresa Salvador de Madariaga a España en mayo de 1976. Ocupó un sillón en la Real Academia y durante los dos años que le quedaban de vida fue testigo privilegiado del proceso de Transición democrática al que él tanto contribuyó durante décadas. No cabe duda de que Salvador de Madariaga forma parte indiscutible de esa Tercera España, liberal y dialogante, que no conoce dogmatismos y rechaza el discurso totalitario, venga de donde venga.
Su liberalismo radical queda reflejado en las palabras inscritas en su lápida y que resumen su pensamiento político: “la democracia es un medio y una forma, mientras que la libertad es una esencia y un fin”

martes, 9 de febrero de 2016

Un señor del Ampurdán: Josep Pla


No cabe duda de que Josep Pla merece estar y con letras mayúsculas entre los personajes que con su trayectoria personal y su obra periodística y literaria forman parte de la Tercera España. En su dilatada vida fue testigo privilegiado del comunismo soviético, del ascenso del fascismo, del advenimiento y caída de la Segunda República, de la guerra civil , del franquismo y la transición. Detestaba el totalitarismo, sea del signo que fuese, y aspiraba a una vida tranquila donde imperase la libertad y el orden fruto de la responsabilidad ciudadana. Su escepticismo, cargado de sentido común, le hacía rechazar las grandes promesas y no creía en más paraíso terrenal que en el de una buena mesa. La poética y la política de lo cotidiano marcarán su peculiar forma de entender la vida, la literatura y la sociedad.
Nacido en Palafrugell (Gerona) en 1897, e hijo de una familia de modestos propietarios rurales, asiste muy joven a la Peña del Ateneo barcelonés donde compartiría tertulia con Josep M. de Sagarra, Eugenio d'Ors o Francesc Pujols. De esta época juvenil proviene su admiración por Pío Baroja y la influencia de Alexandre Plana, amigo y maestro de juventud, al que atribuyó nada menos que su decisión de alejarse del amaneramiento noucentista y apostar definitivamente por "una literatura para todo el mundo" basada en «la inteligibilidad, la claridad y la sencillez». Muy joven, y tras licenciarse en Derecho, realiza sus primeros trabajos como periodista, primero en Las Noticias y poco tiempo después en la edición nocturna de La Publicidad, de línea progresista próxima a Acció Catalana. Comienza así su andadura como corresponsal que le llevará a recorrer la geografía europea: París, Madrid, Portugal, Italia, Berlín.




Consecuente con su catalanismo moderado, ingresa en la Lliga Regionalista y en 1921 es elegido diputado de la Mancomunitat de Catalunya en su comarca natal. El tono de sus artículos se hace cada vez más comprometido y en 1924, a causa de un artículo crítico con la política militar en el Protectorado español de Marruecos, sufre un proceso militar que le impide regresar a España en los años siguientes. Exiliado en París conspiró con algunos de los principales opositores catalanistas a la Dictadura de Primo de Rivera, como Francesc Macià. Continúa viajando por Europa (Unión Soviética, Reino Unido) y en 1925 publica su primer libro, Coses Vistes –una recopilación de descripciones paisajísticas, narraciones breves, retratos literarios y evocaciones autobiográficas– con el que obtuvo un gran éxito de crítica y público, y que se agotó en una semana. Se trataba de un buen anticipo de su estética: «escribir sobre las cosas que he visto».
A finales de 1925 se publicó su segunda obra –Viatge a Rusia–, escrita a partir del viaje de seis semanas a la URSS en compañía de Eugeni Xammar y acogido en casa de Andreu Nin. Fueron varios los intelectuales que por estos años acuden a la URSS: André Gide, Ángel Pestaña, Fernando de los Ríos, Walter Benjamin, Alfred Fabre-Luce, George Duhamel El contacto directo con el socialismo real le reafirmará en sus convicciones contrarias al socialismo:

“Yo siento gran respeto por el socialismo, porque siempre se equivoca. Sistemáticamente. Aún no han visto que cuanto más cerca vive la gente, unos de otros, más se odia y menosprecia. Es un sistema de libros iluminístico, que no tiene relación alguna con la auténtica naturaleza humana.”

“La revolución, salida de los flancos de un pasado de mil años de esclavitud, es la criatura informe, el mugido, el grito delirante de un mundo de tortura. El parto ha segregado una enorme cantidad de dolor”

“Los comunistas siempre son dos, y su misión es vigilarse mutuamente…El socialismo no puede subsistir sin convertirse en un régimen policial”


La fascinación intelectual por los absolutos ideológicos venía dada desde el siglo de la Ilustración porque solían ofrecernos un futuro perfecto, aunque de momento tuviese un precio a sangre y fuego: las generaciones del presente eran ofrecidas para construir el ideal de un paraíso en la tierra. Es definible un racionalismo abusivo que pretende atormentarnos con una incesante preocupación por las imperfecciones de la sociedad. Comunismo y fascismo son pues las dos caras de una misma moneda “pocas veces, en el curso de la historia, se habría dado un período más largo y más intenso de locura general y progresiva, de bestialidad más cruda, de salvajismo primigenio” , comenta Josep Pla.
Pla no hace distingos en la perversión de las ideologías y líderes totalitarios:

“He visto muchas veces a los grandes criminales de nuestra época con mis propios ojos: Mussolini (en Milán y Roma), Hitler (en Berlín y Numremberg), Troski (una vez en París). No he visto nunca a Stalin, que quizás era el mayor criminal. Todos han sido redentoristas, han querido arreglar el mundo, y cuanto más lo han querido arreglar, más lo han destruido, atormentado y asesinado”.



Y es que Pla es uno de los pocos intelectuales que presenciaron de cerca la naturaleza de los totalitarismos del siglo XX. Fue el único corresponsal español en la Marcha sobre Roma que supuso la llegada al poder de Mussolini. Pla constata de inmediato la auténtica naturaleza del fascismo y el nazismo:

“Los fascistas han liquidado la oposición valiéndose de procedimientos de dictadura, impropios de un pueblo que aspira, según ellos, a regir, en fecha próxima los destinos de Europa”

“Resulta realmente angustioso pensar que haya tantos millones de seres humanos que sufren por el mero hecho de haber existido Hilter”


Según el escritor Valentí Puig “el menosprecio de Pla hacia Mussolini tiene como consecuencia el respeto hacia la figura de Benedetto Croce, aunque no esquive la tentación de ironizar sobre el hegelianismo de derechas, tan inteligible como el de izquierdas…Toda religión del Estado le resultaría un atentado contra el individualismo y la complejidad de la naturaleza humana”. En efecto, en Notes del capvesprol, Pla acusa a los totalitarios de ir más allá que los utopistas que generaron ríos de sangre: “Han querido crear un arrasamiento general, para poner encima un mundo nuevo y nunca visto”.
En 1927 regresa a España y comienza a escribir en La Veu de Catalunya, el periódico de la Lliga, de tendencia liberal-conservadora. Inició entonces una relación de mecenazgo con Francesc Cambó —líder del catalanismo moderado—, cuyas famosas tertulias frecuentó asiduamente y del cual publicó poco después una biografía política muy favorable al personaje, por entonces enfrentado a los sectores republicanos e izquierdistas.



En abril de 1931, la misma mañana de la proclamación de la República, es enviado a Madrid por Cambó como corresponsal parlamentario de La Veu y se convierte en observador directo de los primeros días del nuevo régimen. El dietario madrileño de esos meses, de gran valor histórico, está recogido en su obra Madrid. El advenimiento de la República. Permaneció en la capital de España durante casi todo el periodo republicano (1931-1936), ejerciendo de cronista parlamentario, lo que le permitió relacionarse con las élites políticas y culturales españolas. Pla, que no era ni antirrepublicano ni antimonárquico, sino un pragmático que buscaba la modernización del Estado, manifestó en un primer momento cierta simpatía por la República: cree que el nuevo sistema político puede cuajar en España si se consolida siguiendo el modelo de la República Francesa, aunque poco a poco se va desencantando con el curso que toman los acontecimientos hasta considerarlo una completa «locura frenética y destructora».

“Es curioso realmente ver al pueblo de Madrid con un churro en la boca, los ojos llenos de curiosidad, una sonrisa de fiesta en la cara, mirando cómo sale la humareda del convento”.
“En Madrid hay un sector republicano que está haciendo todo lo posible por volver a la dictadura. Es un sector que sólo cree en una cosa: el catastofrismo como método de gobierno”
“En España, un gobernante no es más que un opositor momentáneamente triunfante que aplica y realiza sus ideas de oposición. Esto explica por qué en España nunca se gobierna por alguna cosa, sino que se gobierna siempre contra alguna cosa. Nunca se gobierna integrando, sino diferenciando”.
“Las Cortes del Frente Popular fueron el preludio dialéctico –indefectible- de la guerra civil. La Primera República originó la tercera guerra carlista. La Segunda República originó la guerra civil de este siglo. Las Cortes del Frente Popular crearon un bando de la guerra civil”.
“La Segunda república hizo algunas cosas buenas y muchas cosas pésimas, pero nunca se quitará de encima haber originado, por falta de cultura histórica de sus dirigentes, inseparable de todo sentido político, la fabulosa guerra civil de este siglo”.
“Desde las Cortes de Cádiz el progresismo, o sea, la izquierda no ha creado más que fanáticos”




Alegando razones de salud, abandona un Madrid convulso y muy peligroso pocos meses antes de comenzar la guerra civil española. Tras llegar a Barcelona, tiene que huir al ser amenazado por pistoleros de la FAI. Es septiembre de 1936 y abandona Cataluña en dirección a Marsella en compañía de la noruega Adi Enberg. Adi Enberg trabajaba para SIFNE, el Servicio de Información de la Frontera Noreste, un servicio de espionaje franquista financiado por Francesc Cambó. Continúa su exilio en Roma, donde escribe por encargo de Francesc Cambó buena parte de la monumental Historia de la Segunda República Española, publicado en 1939, y que Pla se negaría a reeditar y a incluir en sus Obras Completas.
En otoño de 1938, Adi Enberg y Pla se desplazan a Biarriz y desde ahí logran llegar a San Sebastián e incorporarse a la España franquista. En enero de 1939 entra en Barcelona integrado en las tropas franquistas, junto a Manuel Aznar y otros periodistas. Entre febrero y abril de 1939, en que acaba la guerra, se convierte en subdirector de La Vanguardia, bajo la dirección de Aznar.
Desbordado por la marcha de los acontecimientos de la inmediata posguerra y ante el fracaso imprevisto de su proyecto en La Vanguardia, se retira al Ampurdán en una suerte de exilio interior y se separa de Adi Enberg. En septiembre de 1939 publica su primer artículo en Destino, el semanario que sus amigos catalanes crearon en Burgos y en el que empezará a escribir semanalmente unos meses después, desde febrero de 1940. Sus críticas a la nueva España franquista nacen de la decepción de quien pensaba que podría haberse abierto una etapa ilusionante tras el desgarro de la guerra civil:

“La guerra fue una pesadilla, llena de esperanzas. En la posguerra la pesadilla es considerable, y esperanza no queda ninguna…Da la impresión de que éramos contemporáneos de los Reyes Católicos y que de un momento a otro veríamos pasar por la calle a Felipe II…Cuanta más miseria y confusión hay, más fraseología imperial”
“En el año 1940 hasta los árboles parecían manoseados…La peña del Ateneo ha desaparecido. No se publica ningún libro en catalán. Todo ha quedado desbaratado y oculto. Barcelona no tiene el menor interés: ni los cines, ni los teatros, ni las salas de exposiciones, ni la vida social. El descenso provincial es remarcable. Todo va de baja. El país es dirigido por la economía del Estado. Los granujas son los amos. Las autoridades quieren redimirnos. La producción de retórica que decantan sobre el país es notable. Nadie hace caso”


Son los años en que viaja por su comarca natal, redescubre sus paisajes y sus gentes, sus pueblos pequeños y, por supuesto el mar. Publica sus dietarios con el título El cuaderno gris, una obra maestra de la literatura catalana que fue traducida al castellano por el entonces poeta falangista Dionisio Ridruejo.



Realiza magníficos reportajes para Destino en sucesivos viajes a Francia, Israel, Cuba, Nueva York, Oriente Medio, América del Sur, la Unión Soviética... De Israel, por ejemplo, dejó un testimonio único de sus primeros años de existencia como Estado: lo visitó en 1957, arribando a Tel Aviv en uno de los barcos procedentes de Marsella, que iban cargados de ilusionados judíos procedentes de la diáspora. Llegó durante la construcción entusiasta de las ciudades y asombrosas infraestructuras hebreas en pleno desierto.
Ya en los años 50 inicia la preparación de sus obras completas, tarea a la que se dedicará de lleno también durante la década siguiente. Revisa toda su obra (Viaje en autobús, Dietario, Un viaje frustrado, La calle Estrecha, El cuaderno gris, Contrabando, las crónicas periodísticas...) y la somete a una ciudadosa revisión estilística que lo define como escritor. Mientras tanto, resurge poco a poco la cultura en lengua catalana, al tiempo que el antifranquismo nacionalista le va marginando, pese a ser ya entonces el escritor más leído en lengua catalana: no le perdonan su apoyo a los franquistas durante la guerra civil, ni su convivencia aparentemente no conflictiva con el régimen. Pla era partidario de una evolución pacífica y ordenada hacia la democracia, sin rupturas traumáticas. Sin embargo, como ha observado Xavier Pericay, traductor y especialista de la obra de Pla, su correspondencia con su editor Cruzet demuestra el relevante papel que tuvo Pla en la resistencia cultural contra el régimen.
Con todo, su actitud desdeñosa hacia la izquierda política y hacia algunas figuras políticas y culturales catalanistas hizo que, al igual que sucedió con Dalí, la cultura progresista le negase el pan y la sal en forma de premios (fue controvertida la negativa a concederle el Premio de Honor de las Letras Catalanas, la máxima distinción política concedida a los escritores en Cataluña), le alejasen de su revista de toda la vida (Vergés vendió Destino a la Banca Catalana de Jordi Pujol, que le censuró un artículo crítico con la Portugal revolucionaria, y Pla abandonó la revista en 1976, tras 36 años de colaboración semanal ininterrumpida) y no se le reconociese completamente su valía hasta varios años después.
No obstante, a pesar del vacío que muchos le hacían, y ya con 80 años, no por ello dejó de expresar su opinión, en esos primeros años de la Transición: «La izquierda ha hecho siempre lo mismo: su aberración de la realidad del país la mantiene, como siempre, en su ignorancia antediluviana. Hablan mucho, pero no dicen nada. [...] Quieren ante todo ganar las elecciones y, una vez sentados en sus poltronas, hacer todo lo contrario de lo que han prometido.» (Notes del capvesprol, 1979)
Con todo, un año antes de morir en 1981 en su Ampurdanet natal, Josep Tarradellas le impuso la Medalla de Oro de la Generalidad de Cataluña. Les dejo con la primera parte de la entrevista que el mítico periodista Joaquín Soler le hizo para televisión en 1976



martes, 2 de febrero de 2016

Melchor Rodríguez "El ángel rojo"


Madrid, noviembre de 1936. Miles de reclusos son trasladados de las cárceles madrileñas a las afueras de la capital para ser fusilados. Son las tristemente famosas sacas. Con este siniestro procedimiento fueron asesinados un importante contingente de presos sospechosos de haber colaborado con el bando franquista, muchos de ellos sin haber sido juzgados. Estas matanzas de la que queda constancia física en el cementerio de Paracuellos del Jarama van a ser frenadas con la llegada a la Dirección de Prisiones del anarquista Melchor Rodríguez. Sevillano de Triana, de familia muy humilde, intentó salir de la miseria lanzándose a los ruedos de los que salió malparado con una cornada. Ya en Madrid trabaja como chapista y se afilia a la CNT. Sus profundas convicciones humanistas le llevan a emprender una lucha a favor de los derechos de los presos, incluso de los presos de ideologías contrarias, lo que le hace merecedor de encontrarse tras las rejas en multitud de ocasiones a lo largo de la Monarquía e incluso durante la República.



Estalla la Guerra Civil y es nombrado director general de prisiones el 10 de noviembre de 1936. Al comprobar la impunidad y la barbarie con la que actuaban en las cárceles los comunistas -Santiago Carrillo y Serrano Poncela entre ellos- dimitirá pocos días después. Su margen de actuación era aún muy reducido para detener estas atrocidades. Enterado el Ministro de Justicia del Gobierno republicano, el también anarquista García Oliver, de las presiones a las que se vio sometido Melchor Rodríguez por parte de los comunistas, lo nombró el 4 de diciembre Delegado General de Prisiones en Madrid con plenos poderes. Los tres meses en los que las cárceles de las ciudad de Madrid estruvieron bajo su control terminaron las matanzas en masa. Para conseguir esto objetivo Melchor Rodríguez tomó una serie de medidas como la implantación de una norma según la cual quedaba prohibida sin su autorización la salida de presos de las cárceles entre las 7 de la tarde y las 7 de la mañana. Esta orden supuso en buena medida el fin de los paseos nocturnos. Las cárceles dejan de ser una pesadilla para convertirse en un lugar seguro en medio de la masacare de la guerra. Uno de los hechos más memorables que nos dice mucho de su valentía y humanidad fue su decisiva intervención en la prisión de Alcalá de Henares impidiendo que decenas de milicianos encolerizados lincharan a los presos, en respuesta al bombardeo al que las tropas franquistas habían sometido el campo de aviación de la ciudad. Los milicianos se presentaron armados en el despacho del director de la prisión exigiéndole que abriese las celdas para ejecutar la venganza. Melchor Rodríguez se desplazó hasta la localidad, se enfrentó con los milicianos, dando incluso la orden de proporcionar armas a los reclusos en caso de que los asaltantes persistiesens en su actitud, y finalmente salvó la vida de cientos de presos. Pero el nuevo gobierno de Juan Negrín, títere de los comunistas, tenía como objetivo continuar con la política represiva y Melchor Rodrígjuez sobraba. Es destituido el 1 de marzo de 1937. Volvieron las matanzas y ajusticiamientos sin garantías jurídicas.



Apenas había durado tres meses en el cargo , pero ese tiempo había bastado para salvar miles de vidas. El apelativo cariñoso de "ángel rojo" se lo otorgaron algunos de las personas que le debieron la vida y que posteriormente dieron público testimonio de su humanitarismo, entre otros, los militares Agustín Muñoz Grandes y Valentín Galarza, los falangistas Raimundo Fernández Cuesta y Rafael Sánchez Mazas -el protagonista de Soldados de Salamina-, el famoso futbolista Ricardo Zamora, los hermanos Luca de Tena o los futuros ministros Martín Artajo y Serrano Súñer. Como anécdota hay que recordar que en 1938 se jugó la vida por permitir que en el funeral del dramaturgo Serafín Álvarez Quintero, al que con anterioridad salvó la vida, se exhibiera un crucifijo, cumpliendo así su última voluntad. Fue el único crucifijo que se exhibió en público en el llamado Madrid rojo. Muchos de sus correligionarios no entendían en medio del odio generado en una guerra fraticida sus firmes principios, el primero de los cuales era el respeto que merece toda vida humana. Nombrado por el general Casado último alcalde del Madrid republicano fue el encargado de traspasar los poderes a los franquistas el 28 de marzo de 1939. Cuando los que se autoerigían en defensores del pueblo huyeron abandonando a su suerte a los republicanos en Madrid, personajes como Melchor Rodríguez, Casado o Julián Besteiro resistieron con su pueblo y hoy pocos los conocen o recuerdan.



Termina la Guerra Civil y a pesar de haber salvado la vida de tantos, el dictador fue implacable con "el ángel rojo". Nada pudieron hacer por él los que tanto le estaban agradecidos. Incluso en el juicio la defensa argumentó que se había comportado dando muestras de cualidades genuinamente cristianas. Rodríguez insistió en que no era cristiano sino anarquista y que se había comportado como tal. Seis años de cárcel para un hombre que tanto hizo por la dignidad de los presos no lograron hacerle desistir de aquello por lo que luchó. Al salir prisión, vivió modestamente como empleado de seguros, rechazando toda ayuda económica. En 1956, el falangista José Antonio Girón de Velasco le dedicaría un libro denominándole "vanguardista infatigable en la batalla por la Justicia y por la Libertad del Hombre". Tras sufrir un aparatoso desmayo en su humilde casa madrileña fue trastalado al hospital Franscisco Franco. No tardó su amigo y entonces ministro Javier Martín Artajo, al que le había salvado la vida en 1937, en hacer acto de presencia. Cuando Melchor recobró la lucidez charlaron largo rato. Artajo llevaba una corbata en la que lucían los colores anarquistas y también un crucifijo. Al final de la conversación, el "ángel rojo" besó el crucifijo.




Murió en 1973. Su emotivo y sencillo entierro congregó a gentes de muy diversas tendencias ideológica y trayectorias vitales encontradas. Todos querían tributar un merecido homenaje a un buen hombre que pasó por el mundo haciendo el bien y que ahora póstumamente recogía todo el cariño que él había sembrado en vida. La presencia de ministros, anarquistas, jerarcas del régimen, ex-presos de varias ideologías y supervivientes de las cárceles del 36, estaba propiciando, como después ocurriría con el entierro de Dionisio Ridruejo, un ambiente favorable al entendimiento entre españoles que hiciera posible la transición democrática. Sobre su ataúd cubierto con la bandera anarquista y con un crucifijo, se rezó un Padrenuestro y en plena dictadura un grupo de falangistas auténticos, opuestos a Franco, unieron sus voces a los anarquistas y entonaron el himno anarquista "Negras tormentas agitan los aires..." Como ya comentamos más arriba, Melchor Rodríguez había conseguido en vida que un cricifijo se exhibiese públicamente por primera y última vez en el Madrid rojo y ahora muerto hizo posible que la bandera y el himno anarquista se viesen y oyesen también por vez primera públicamente en el Madrid franquista.
Hoy treinta y cinco años después de su muerte, en plena efervescencia de la llamada Memoria Histórica, no hay en Madrid ni Sevilla una sola calle que lo recuerde, si bien está en marcha una iniciativa popular para que los Ayuntamientos de Madrid y Sevilla remedien esta injusticia histórica. Pero nosotros lo hacemos aquí ciudadano con todo derecho de la Tercera España pues su vida fue un ejemplo de entendimiento entre españoles. Cuando aún resuenan las balas del terrorismo etarra en nuestra Patria, recordemos aquí las palabras de un hombre que presenció cómo los españoles se mataban y él expuso su vida en varias ocasiones por evitarlo: